miércoles, 26 de marzo de 2014

SEIS


Sentado sobre la roca observaba a su hija con pena. Una joven de quince años preciosa, aunque extremadamente conflictiva. Y se sentía responsable de ello. Desde la separación, la niña había cambiado sus maneras dulces y cariñosas por una acritud y animadversión hacia todo, y en concreto hacia él. Intentaba cambiar la dinámica constantemente, pasando el mayor tiempo posible con ella. Pero lo cierto es que cada vez estaban mas separados, y cada intento por acercarse era repelido por ella. Se le había ocurrido llevarla de excursión ese fin de semana. Recordaba que siendo niña era lo que mas le gustaba. Y deseaba que volvieran aquellos tiempos felices. Pero indudablemente se había equivocado, una vez mas. Se había pasado todo el camino hasta donde habían dejado el coche quejándose, se había quejado aún más durante el ascenso por la senda a las montañas, y llevaba diez minutos con el móvil en la mano intentando pillar cobertura, ya sin emitir queja alguna, pero con cara de pocos amigos.
Juan era un hombre de mucho talento y poca suerte. Se había casado con la mujer equivocada, y tenido una hija con ella. Trabajaba de sol a sol para que nada les faltara, y un día se dio cuenta de que al que le faltaban cosas era a el. Desgraciadamente, ya era demasiado tarde para que nada pudiera arreglarse. Así que se separó, y forjó de esa manera el odio de su ex, y por ende el de su hija. El de su mujer le era absolutamente indiferente, pero con su hija era distinto. Adoraba el suelo que pisaba. Y ella lo sabia. Y con ese enorme poder de quien tiene la manija del cariño y se siente agraviado, lo torturaba cada vez que tenía ocasión.

- Ana, ¿que te parecen las vistas? ¿Merecía la pena subir a esta montaña o no? - preguntó, mientras la joven seguía manipulando su teléfono móvil. Desde la ladera donde se encontraban se podían divisar las laderas de las montañas asturianas, tricolores: verde en su base, gris piedra donde la vegetación se retiraba, y blanca en la coronación, Sobre ellas las nubes plomizas amenazantes de tormenta se desplazaban a gran velocidad, empujadas por el fuerte viento.
- ¿Ana?- insistió Juan. La joven desvió por primera vez los ojos de su móvil y lo miró. Una mirada plagada de odio y reproches que le dolió en lo mas profundo.
- ¿Juan?- sabía cuanto le dolía que no le llamara papá, y lo usaba constantemente. Una sonrisa cínica apareció en su hermosa cara. Juan sintió ira y pesar a partes iguales, pero una vez mas tragó saliva y sonrió. Señaló al horizonte.
-¿Que te parece el paisaje? ¿No es precioso ver las montañas de esta altura?
La joven guardó su teléfono móvil y lo miró fijamente. De nuevo, Juan se sintió zozobrar. Esa mirada era problemas.
- ¿Quieres saber lo que opino, o te da igual?- preguntó Ana. Juan no quería saberlo, intuía que sería hiriente. Asintió con la cabeza.
- ¿La versión light, o lo que realmente pienso?
Juan no respondió.
- Está bien. Mira Juan, me has arrastrado por carreteras y caminos de cabras para subirme a un sitio de mierda donde estoy incomunicada, a kilómetros de mis amigos que se lo estarán pasando de maravilla preparando un sábado para salir a tomar algo y divertirse. Mientras, me señalas con el dedo unas montañas de mierda y me aburres con comentarios banales, intentando ser el padre ideal que nunca fuiste y nunca serás, y yo solo puedo pensar en que como a esas nubes les de por descargar todo el agua que llevan dentro, pillaré una pulmonía, y esta paranoia tuya me costará algo mas que un sábado perdido...

Juan permaneció callado unos instantes...´- Hubiera preferido la versión light- acertó a decir.
- No te enteras. Esta era la light.

Juan recogió su mochila del suelo con lentitud.

- Está bien. Levántate. Nos volvemos a casa. Quizás lleguemos a tiempo de que salgas aún con tus amigos.
Ana permaneció quieta, mirando a su padre con desconfianza.

-¿De verdad?
- Sí. No tiene sentido que sigamos. Y tienes razón. Esas nubes van a descargar mucha agua. Mejor regresamos. Nunca lograré que te sientas a gusto estando conmigo...
- No dramatices... - Ana se puso en pie y comenzó a caminar senda abajo.

- Será mejor que acortemos por aquella colina- dijo Juan con resignación -Ahorraremos cerca de una hora, y si nos pilla la lluvia, podremos refugiarnos en un edificio de oficinas de una antigua mina que había allí.

Ana dio la vuelta y pasó al lado de su padre, con la sonrisa cínica/triunfadora dibujada en su rostro.



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