martes, 23 de octubre de 2012

CINCO
 
 
 
Jesús Gálvez observaba detenidamente la pantalla de su ordenador. Aquel trabajito de última hora, justo antes de que comenzara su permiso de fin de semana le tocaba los cojones de manera desmedida. Nunca había considerado que tuviese ni un ápice de espíritu militar, y su pertenencia al cuerpo especializado del Ejercito en Informática (cuyas nombre completo nunca había estado interesado en aprender) era el peaje necesario para expiar sus múltiples delitos informáticos de juventud. De hecho, conocía personalmente al hacker que había entrado en el sistema del complejo. El enclave Alfa. Jesús había diseñado todo el sistema informático operativo del complejo, y el cabrón del gordo de Cuesta se había permitido asaltarlo. "Lamentablemente no entrarás en ningún otro sistema nunca más" pensó para sí con una sonrisa en los labios. Pese a que el sistema al que había accedido no contenía archivos de información restringida, que eran almacenados en un sistema autónomo del complejo, absolutamente blindado como era preceptivo en una red de clave de seguridad máxima, se había disparado el grado de alerta por ataque informático 4, que era el más alto posible. Jesús, sentado en un despacho de una base militar a cientos de kilometros del enclave Alfa, desconocía cuales eran las operaciones que se realizaban en su interior, pero era consciente de que "Alto Secreto" era una calificación varios escalones por debajo de la que le correspondía a aquella base. Todo lo que rodeaba a sus sistemas informáticos era "prioritario", "urgente", "maxima seguridad" o "acceso denegado". El gordo Cuesta había meneado el avispero. Y estaban muy nerviosos.

Pero Jesús sabía como actuaba Jorge. Se habían visto en varias ocasiones antes de su detención, y no era un tipo que entraba en los sitios a causar daños, si no a mirar y a dejar su huella de hacker.

El problema de encontrar las huellas de Jorge no era de todos modos muy complejo. El sistema de mantenimiento del complejo regulaba funciones como el suministro electrico, control de accesos, climatización y suministros. Constaba de varios usuarios con control total sobre el sistema de mantenimiento, y otros cuantos con control parcial delimitado por sus atribuciones. Jorge con toda seguridad había accedido con lo que vulgarmente se denominaba "la mochila", entrando "colgado" de alguno de los usuarios que habían accedido al sistema. De ese modo, accedió al historial de usuarios en el sistema doce horas antes de que se produjera la "neutralización" del Hacker. Lo encontró inmediatamente. Quizás el fin de semana no estuviera perdido del todo. Comenzó a ver los movimientos que había realizado. Su sello aquí y allá, pero ninguna modificación en el código, ningún riesgo operativo y ninguna disfuncionalidad. El pobre gordo había muerto por mirón. En fin, realizaría el informe de riesgo negativo y se lo enviaría por intranet al impaciente Teniente Andrade. No deseaba verlo ni oirlo. Aquel tipo le daba escalofríos...

José Andújar detuvo la motocicleta a la entrada de Villanueva de Cátiva. Hacía algo más de 60 horas que habían asesinado a su socio.  Se quitó el casco y contempló la imponente montaña, reinando sobre el valle que se extendía a sus pies. Oculto en su interior se encontraba el Enclave Alfa. Si el plan de Jorge había funcionado, esa misma noche estaría alli dentro. El pobre frikie había ideado lo que el llamaba "Caballo de Troya". A grandes rasgos, indicó a José la última vez que se habían visto que "entraría de mochila" con el "usuario de cualquiera del enclave" Luego fijaría al usuario un pequeño gusano que se activaría cuando el administrador borrase su ataque, quedando inerte hasta las 24:00 del día 20 de Marzo, justo esa noche. Entonces se desactivarían todos los suministros del Enclave, incluido la electricidad, por lo que sería más fácil entrar, tomar unas cuantas fotos, y salir pitando de allí.
 Sería imposible acceder por la carretera, por lo que aparcó la motocicleta en la plaza del pueblo, y descargó su mochila. Se calzó las botas de montaña y se ajustó la parka. Las nubes presagiaban que pronto comenzaría a llover.

-¿Va usted al monte?- dijo una voz cascada a sus espaldas. José se volvió, y vio a un anciano sentado a la puerta de su casa, a escasos 5 metros de donde el se encontraba. Fumaba un cigarrillo y tenía entre sus manos una garrota ajada por el uso. Lo estaba observando fijamente.
- No, señor - contestó José con una sonrisa (¿como es que no lo había visto al aparcar la moto?) - Vengo a ver la Iglesia Románica. Creo que es bellísima.
El hombre continuó observándolo, parecía querer memorizarlo... Ante su silencio, José decidió emprender la marcha. A sus espaldas escuchó al hombre hablar.

- Si no va al monte, no pasa nada. La gente que va allí no suele volver, pero si usted no va... no tiene por que tener cuidado.

- Gracias por el con... - dijo José, volviéndose. Pero el anciano ya no estaba. No era un buen comienzo de viaje. Apretó el paso.





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